He hablado muchas horas con él. Le he preguntado sobre casi todo desde que fui joven. Quizás ahora, y llegando a los cuarenta, recuerdo sus conversaciones de plenitud jovial infinita. Tuve suerte que me contara sus secretos (aunque a veces no eran fácil de descifrar). Incluso recuerdo mi atrevimiento a reescribir algunos de sus pentagramas, porque llegué a manifestarle mi desacuerdo.
Su temprana muerte a los 35 años, no exenta de misterio, venía acompañada de una situación socio económica complicada, pero aún así, su transparente escritura está llena de pureza y armonía. Mozart vivió en crisis constante porque su alto grado de pureza no le permitió asumir la estructura costumbrista.
Del mismo modo que no puedes interpretar a Beethoven si antes no te han partido el corazón en varias ocasiones, tocar a Mozart tiene una doble tarea. Hablo de su exquisita ejecución, y sobre todo, entender que tienes que mantener cerrada la puerta que él nunca abrió para que su música mantuviese su honestidad. Si con el lenguaje no verbal nos ha marcado a todos, sus palabras no se quedan atrás.
Hoy recuerdo aquellas que entendí desde muy joven y que nos apunta con objetivo de mira de gran precisión:
Para los creadores dijo…
“Ni una inteligencia sublime, ni una gran imaginación, ni las dos cosas juntas forman el genio; amor, eso es el alma del genio”.
Al público les dejó el siguiente mensaje…
“Dadme el mejor piano de Europa, pero con un auditorio que no quiere o no siente conmigo lo que ejecuto, y perderé todo el gusto por la ejecución”.
Y para los que creen que tienen el poder…
“Si el emperador me quiere, que me pague, pues sólo el honor de estar con él no me alcanza”.